Por Camile Roldán Soto/gfrmedia.com
Los pensamientos nos acompañan todo el tiempo. Es una práctica cotidiana evitar aquellos que nos provocan angustia, coraje o frustración. Toda persona, desde la más deprimida a la más satisfecha, tiene que enfrentarse a esos amigos invisibles que tanto afectan el ánimo.
Algunas veces, esa presencia se convierte en el equivalente a un par de esposas. Sentimos tanta ansiedad al anticipar la presentación de ese proyecto en clase, que preferimos ausentarnos. Faltar aparenta ser un remedio, al menos momentáneo. Sin embargo, es una acción que agranda la angustia pues al fin y al cabo, queremos obtener ese diploma. Es algo importante para nosotros pero esa emoción nos detiene.
Situaciones similares- más o menos significativas- ocurren a diario. El estrés del trabajo nos hace comer cuanta galleta ponen al frente, a pesar de que lo que realmente deseamos es bajar unas libritas y evitar que vuelva a subir el colesterol. En fin, que a lo largo del día –unos más que otros- recurrimos a esos remedios artificiales que nos alejan de las metas dejándonos, en el fondo, insatisfechos o hasta vacíos.
¿Cómo podemos eliminar ese círculo vicioso? ¿Cómo logramos que nuestras acciones respondan a esas cosas que verdaderamente añoramos alcanzar? Esas que al final nos hacen sentirnos bien, satisfechos, plenos. La Terapia de Aceptación y Compromiso es una manera de entrenarnos a empezar a vivir de esa manera.
Desarrollada a finales de la década de los años 80 por el psicólogo Steven Hayef, se trata de una intervención terapéutica basada en principios científicos que enfatiza en la toma de acciones guiadas por los valores que queremos rijan nuestras vidas. Para cada persona, esos valores son diferentes, así es que uno de los propósitos del tratamiento es identificarlos. La verdad, a menudo no están tan claros como parece.
“Entramos en un proceso de terapia donde nos enfocamos en cómo relacionarnos con las cosas adentro de la piel, los pensamientos, los sentimientos, y cómo tomar acciones que nos lleven a vivir una vida valorada”, explica la psicóloga clínica Yarí Colón Torres.
Este proceso es muy dinámico y se nutre de varias herramientas tales comoel mindfullnes (conciencia plena), las metáforas y las tareas asignadas por el psicólogo. Todas estas prácticas deben conducir al paciente, no necesariamente a cancelar su ansiedad, sino a poder hacer lo que tiene y quiere hacer a pesar de ella.
“Puedes cargar tu ansiedad contigo porque la acción de hacer la presentación en clase es más valorada que quedarte en su casa. Es llevarte la ansiedad contigo mientras haces algo importante para ti”, explica la doctora, quien lleva unos siete años entrenándose en la terapia.
Otro de los componentes del método son las “tareas audaces”. Son asignaciones o proyectos personales que el paciente se propone hacer para sentir que logra salir de su zona cómoda, siempre de acuerdo a lo que es importante para sí mismo.
Un ejemplo puede ser que una persona deprimida que nunca se atreve a invitar a nadie a hacer algo o rechaza cualquier oportunidad de socializar, decida organizar un almuerzo con algún colega o amigo. Puede parecer muy simple si ese no es tu problema, pero para muchas personas apartarse de su aislamiento es una verdadera hazaña. Otro caso posible, indica la doctora, es alguien que desea volver a realizar una actividad como puede ser correr maratones o levantar el teléfono para volver hablarle a ese hijo o hermano con el cual por alguna razón ya no se comunica.
Darle forma a las emociones también es un elemento importante de la terapia. Para hacerlo, se le ofrecen materiales al paciente- plastilina, papel, pinturas- para que describa o forme su emoción. El dolor, por ejemplo, puede ser una bola negra con puyas.
“Trabajamos con el paciente para ver si puede relacionarse con su dolor de una manera distinta. El dolor evoca dolor, por supuesto, pero quizás en esa representación también se encuentre algo gracioso, cómico, algo que le ayude a desengancharlo del cuerpo y sacarlo hacia afuera”, destaca Colón.
En esa línea de lo artístico o creativo, las metáforas también pueden ser útiles. Sirven para despertar otra perspectiva a las situaciones, mucho más si están contextualizadas al lenguaje y cultura de las personas. La psicóloga utiliza, por ejemplo, la metáfora de las corrientes en el mar como si fuera el problema del paciente.
“Qué nos enseñan cuando hay corriente, a no luchar con ella. Pues de la misma manera, podemos proponernos no pelear tanto con las emociones sino aceptar que existen, que es parte de nosotros sentirlas y que siempre estarán ahí. La idea de estar siempre feliz, o anhelar siempre estarlo, es contraproducente porque al abanico de emociones hay que darle espacio”, señala la psicóloga.
A sus pacientes, les recomienda utilizar en conjunto con la terapia la aplicación Actcompanion, pues les sirve para motivarse a llevar a cabo acciones significativas para ellos y a mantenerse viviendo en el tiempo presente
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