Para ello, contaron con un grupo de participantes a los que, mientras aprendían a jugar un sencillo juego de notas y colores, los expertos medían las conexiones en distintas áreas del cerebro. Los voluntarios tenían que reproducir las secuencias de notas a través de unos botones tan rápido como pudieran en base a unos códigos que aparecían en una pantalla. Una vez terminado el experimento, se pidió a los participantes que practicaran en sus casas durante las siguientes seis semanas.
A las dos, cuatro y seis semanas tras el estudio inicial se realizaron idénticas pruebas con objeto de ver el avance en la práctica del juego y el cambio en sus cerebros. Así, algunos de los participantes presentaban una velocidad inusitada a la hora de aprender nuevas secuencias musicales y otros aprendieron de una forma mucho más gradual.
Los escáneres cerebrales revelaron que la actividad neuronal de los primeros (los que aprendieron muy rápido) era diferente a la del segundo grupo que necesitó más tiempo para ello. En concreto, las regiones de procesamiento visual y motor presentaban una alta conectividad durante los primeros ensayos pero, a medida que avanzaba el experimento, ambas zonas se iban volviendo más autónomas. En los participantes que aprendieron más rápido se constató una disminución de la actividad neuronal en la corteza frontal y en la corteza cingulada anterior, ambos vinculados a lo que se conoce como función ejecutiva.
La función ejecutiva define habilidades cognitivas como la autorregulación de las tareas, la capacidad para desempeñarlas de forma adecuada, la formación de planes, la anticipación y establecimiento de metas o el inicio de actividades.
Así, el experimento reveló que la "desconexión de la función ejecutiva puede ayudar a aprender otro tipo de tareas. Son las personas que pueden apagar la comunicación de esta parte de su cerebro más rápidamente las que presentan tiempos de aprendizaje más cortos", explica Scott Grafton, coautor del estudio.
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