Hasta 1981, en el gobierno del presidente Antonio Guzmán, los documentos para viajar al exterior de República Dominicana tenían estampada una clara advertencia: “Este pasaporte no es válido para viajar a Cuba, China Comunista, Rusia, y demás países satélites de la órbita soviética”.
Era una de las tantas expresiones de aquella Guerra Fría a la que se acogían países satélites de Estados Unidos, o repúblicas bananeras, como era entonces, literalmente, República Dominicana. El mundo fue dividido en dos bloques ideológicos y económicos: los socialistas, por un lado; los capitalistas, por el otro, entre dictaduras de izquierdas y derechas, contadas democracias y, como telón de fondo, un aparato propagandístico envolvente que fanatizaba a los integrantes de ambos bandos.
La propaganda contra el comunismo, el cuco de la época, no amilanó al millar de jóvenes dominicanos de ambos sexos que viajaron clandestinamente para cruzar las fronteras prohibidas en busca de nuevos horizontes y oportunidades entre 1960 y 1980.
Pese a las décadas transcurridas, parece que todavía la sociedad dominicana no logra evaluar en su justa dimensión la contribución de la URSS y el Partido Comunista Dominicano (PCD) en la formación de alrededor un millar de profesionales en diferentes disciplinas, muchas de las cuales eran desconocidas en el país en ese momento.
Narciso Isa Conde, entonces secretario general del PCD, junto a José Israel Cuello, René Sánchez Córdoba, y otros dirigentes de esa organización de izquierda, canalizaron centenares de becas sin requerir adhesiones políticas.
“Fue un proceso abierto que no requería militancia política ni pedía nada a cambio, excepto que regresáramos al país con nuestros títulos en las manos”, afirma el economista Edylberto Cabral, becario en Hungría, y, más tarde rector de la UASD (1996-1999).
La mayoría de los que salieron pertenecía a familias cuyos ingresos económicos no les hubiera permitido estudiar en universidades extranjeras. Algunos, como asegura el ingeniero agrónomo Porfirio Ovalle, ni siquiera podían costearse la estancia en la capital para estudiar en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD); otros –como Roberto Cassá, Manuel González (El Galleguito) o Luis Carvajal, hoy renombrados profesionales– pertenecían a la clase media, pero, comulgaban con las ideas socialistas y militaban en los diversos partidos de la izquierda dominicana de la época.
Estudiantes de procedencia tan disímiles como Dajabón, Nagua, San Pedro de Macorís, Higüey, Bánica, Altamira o de barrios de Santo Domingo como Villa Juana, Los Mina o Gazcue tuvieron, gracias al mundo soviético, acceso a una educación universitaria de calidad y gratuita.
Fue una revolución silenciosa. La democratización del acceso al conocimiento en áreas como minería, medicina nuclear, neurocirugía, traumatología, hidráulica, la producción de energía nuclear, biología, lingüística, música, matemática, física o economía, genética, producción alimentaria u oceanografía. Dominicanos y dominicanas aprendieron a hablar ruso, alemán, húngaro y otras lenguas. Vieron otro mundo. Fue la generación que empezó a saciar la curiosidad de viajar al exterior, tras más de 30 años acorralados por la dictadura trujillista o la precariedad económica que los mantuvo encerrados en la isla caribeña.
Narciso Isa Conde. |
Los primeros becarios salieron del país a gracias al Partido Socialista Popular, organización que se escindió tras la revolución de abril de 1965, y de la que nació el PCD. “Desde esas organizaciones y, sobre todo desde el PCD, pensábamos que para transformar el país se necesitaba un proyecto de desarrollo, la diversificación industrial y productiva y la formación de cuadros preparado para ello”, dice.
Y admite lo siguiente: “Al principio, sin ninguna experiencia, cometimos el error de ser poco rigurosos en la selección de los becarios. La experiencia luego nos mostró, por las cosas que pasaron, que debíamos evaluar a los candidatos física, mental y académicamente”.
“Tuvimos que lidiar también con los enamoramientos. Fueron muchos los que se casaron allá, pero como no existían relaciones formales con esos países, esas uniones no eran reconocidas aquí. A ello se sumaba la dificultad de que luego que concluían sus estudios se les impedía entrar al país, y los obstáculos para conseguir trabajo”, observa.
Isa Conde lamenta la cantidad de profesionales que, en ese contexto, optaron por marcharse a Estados Unidos. Las historias de vicisitudes y discriminación retratan el fanatismo. Cuentan que cuando los actores Rafael Villalona, Delta Soto y su pequeño hijo nacido en Moscú llegaron y les impidieron la entrada al país, un oficial de Migración argumentó: “Imagínense, que ese niño haya nacido en Rusia. ¡Se podría armar un rebú en este país!”. O un director de hospital que se negaba a recibir egresados de esos países socialistas, ¡no fuera a ser que les inyectaran comunismo a sus pacientes!
Sin embargo, también existen anécdotas que ilustran el afianzamiento de esos profesionales en la sociedad dominicana, como cuenta el ingeniero Pedro Valdez, vicedecano de la facultad de Ingeniería de la UASD y presidente de una de las asociaciones que aglutina a los egresados. “Llegó un momento en que en la CDE se hablaba ruso o que al hospital Darío Contreras le llamaban ‘el Kremlin’”.
La construcción del muro de Berlín se inició en 1961 y fue derribado el 9 de noviembre de 1989. Se convirtió en uno de los más elocuentes símbolos de la Guerra Fría. La desintegración de la Unión Soviética, de la mano de Mijail Gorbachov, se produjo formalmente en 1991, con lo que empezaron a revertirse las políticas sociales de antaño.
Camilo Rodríguez
Del Politécnico Loyola a Leningrado. Hoy dirige una planta nuclear en EE.UU
¿Dónde nació y estudió?Nací en San Cristóbal. Obtuve toda mi educación primaria intermedia y secundaria en el Politécnico Loyola. Me gradué en 1972 en Electricidad Industrial (diplomas de Bachiller y de Perito en Electricidad Industrial), e inmediatamente me inscribí en la UASD, al mismo tiempo que trabajaba como electricista en el turno de noche en METALDOM. Entré directo a la facultad de Electromecánica. Fui monitor de cálculo diferencial, cálculo vectorial y ecuaciones diferenciales desde 1973 y me enrolé en algunos cursos del Departamento de Física. Estudié ahí hasta 1975, completando cinco semestres de Ingeniería Electromecánica, cuando me marché para Leningrado (hoy San Petersburgo, Rusia). Después del obligatorio año preparatorio aprendiendo la lengua rusa y de presentar exámenes de reválida por los semestres que cursé en la UASD ingresé en la Universidad Politécnica de Leningrado, directamente al segundo año (tercer semestre), en la carrera de Plantas y Subestaciones en la Facultad de Electromecánica.
¿Por qué seleccionó esa carrera?
Tuve una educación fundamentalmente sólida en el Loyola. Ahí el ambiente era extraordinariamente competitivo, en términos tanto académico como intelectual. Estudié con individuos de gran talento tales como Néstor Guerrero Arias, Romualdo Estévez, Antonio Gómez Zapata, Miguel Duval Méndez, Santiago Jiménez, y otros, quienes tenían una tremenda visión del futuro y un enorme afán de estudiar temas que no necesariamente estaban al alcance de nosotros en esa época. Esa inquietud de aprender continuó en la UASD con un círculo aún más amplio de estudiantes de alto espíritu competitivo. De manera que mi inquietud por estudiar una carrera de la rama energética era prácticamente una respuesta lógica al círculo en que me desarrollé. Particularmente, mi fascinación con tecnologías que pudiesen crear enorme cantidad de energía, como es el caso de la energía nuclear, creció enormemente durante esa época de mi vida estudiantil.
¿Cuál fue su experiencia?
Excelente. En Leningrado tuve la suerte de ver cosas que sólo podía ver en libros. Teníamos laboratorios de primera clase, al nivel mundial. En esos laboratorios podíamos experimentar y confirmar cuestiones teóricas que solo percibíamos conceptualmente en clases teóricas. Mi entusiasmo era enorme. Era un “come libros”. Me gradué en el tope académico de mi promoción, donde fui el único estudiante extranjero y de color, siendo el resto de nuestra clase rusos, judíos rusos, bielorrusos, y ucranianos, fundamentalmente. Disfruté esa experiencia a plenitud. Después que emigré a Estados Unidos hice cursos de avance profesional y recalificación en la Universidad de Delaware, en el Electric Power Research Institute (EPRI) y el Institute of Nuclear Power Operators (INPO).
¿Fue chocante esa nueva cultura y métodos de estudios?
No, no fue un “choque”. Sabía lo que quería hacer y me adapté a mi nuevo ambiente y a mis nuevos retos casi sin darme cuenta. Eran días largos, asistiendo a clases seis días a la semana y con muy poco tiempo para hacer mis cosas, pues la carga académica era tremenda. La competencia entre estudiantes era feroz, pero me encantaba ver mi nombre y mi foto colgada en lugares de excelencia académica. ¿Cosas de ego? Quizás, pero eso era una de las cosas que más me motivaba siendo un dominicano en un país extraño.
¿Cómo fue a parar a EE.UU.?
La mayoría de mis hermanos y hermanas empezaron a emigrar para EE.UU. desde 1981. Recibí una invitación para enseñar Teoría Electromagnética, en una Universidad en San Juan, Puerto Rico, y decidí aceptarla a fines de 1990. Eso no funcionó como esperaba y empecé a trabajar en una empresa de reconstrucción y rediseño de motores, generadores y transformadores eléctricos. Ese fue el año en que un gran número de profesionales dominicanos decidieron emigrar a otras tierras, cuando las condiciones socioeconómicas en la nación dominicana sufrieron un rápido deterioro.
¿Qué hace y para qué sirve?
Trabajo para la división nuclear de la compañía FirstEnergy. Tenemos una capacidad total instalada de 20,000 MW y la división a la que pertenezco es responsable del 18% de esa generación. Generamos electricidad en tres instalaciones nucleares en los estados de Ohio y Pensilvania. Nuestras unidades individuales pasan de 900 MW eléctricos cada una. Mi posición corporativa es de Ingeniero Principal, nuclear, y mi responsabilidad abarca todos los aspectos técnicos del diseño, selección y operación de los equipos que tengan que ver con la generación eléctrica y los equipos relacionados con la seguridad de los reactores nucleares de las plantas. Soy también el “chairman” de investigaciones del capítulo de Transformadores y Equipos de Subestaciones para centrales nucleares y del capítulo de Power Cables para centrales nucleares del “Electric Power Research Institute. También represento a la división nuclear de FirstEnergy en los capítulos nucleares del Institute of Electric and Electronic Engineers, el cual es responsable de la redacción y publicación de estándares y guías para diseño, selección y explotación de máquinas eléctricas de uso en todo el mundo.
¿Qué determinó que se radicara en EE.UU.?
Nunca imaginé que mi vida tomaría esa ruta hasta que Joaquín Balaguer llegó de nuevo al poder en 1986 y el deterioro de la nación se acentuó de una manera casi catastrófica. Además de ser profesor en tres universidades de la capital dominicana, trabajaba en la CDE, en el departamento de Desarrollo Hidroeléctrico. Fui cancelado e inmediatamente me asocié con otro ingeniero y formamos una compañía de servicios. Fue un buen negocio, pues eran los tiempos de largos apagones y nos dedicábamos a la venta e instalación de unidades de generación de emergencia. Las zonas francas estaban en crecimiento y conseguimos varios contratos de diseño e instalación de maquinarias para esas empresas. De manera que, si bien había trabajo, uno veía que lo único que a le quedaba era el cansancio. Por otra parte, estaba la inquietud de querer trabajar en lo que por tanto tiempo fui entrenado y no veía la más remota posibilidad de que eso ocurriera en República Dominicana. Por eso, cuando se presentó la oportunidad de trabajar en una universidad en Puerto Rico, no fue difícil decidirme.
¿Alguna vez sintió discriminación por ser egresado de la URSS?
Yo diría que sí. Irónicamente, eso sólo ocurrió en RD cuando llegué en el año 1981. Visité casi 80 empresas entre gubernamentales y privadas y pasé casi seis meses sin encontrar empleo. Cuando presentaba mi resumen, en el que decía “graduado de la Unión Soviética”, la respuesta era “te dejaremos saber” y la plaza se la daban a otro. Eso cambió cuando fui entrevistado por una de las personas de mayor talento y visión en RD: el ingeniero Marcelo Jorge, entonces director de Desarrollo Hidroeléctrico de la CDE. En esa época, bajo su dirección, se formó un núcleo de ingeniería altamente capacitado y talentoso. Me siento orgulloso de haber colaborado con los ingenieros Fernando Luciano, Romer Cuello, Edel Uribe, Miguel Sosa, Cecilio Matos, Nilson Pérez, la arquitecta Teresa Mejía, y otros. Esos distinguidos profesionales sabían lo que debía hacerse en materia energética en RD.
¿Cuál es su reflexión acerca de esos años?
Ha sido una ardua trayectoria. Pienso que tomé la mejor decisión que se me presentó, dadas las circunstancias en que esas decisiones fueron adoptadas. Me alegro enormemente de haber llegado a donde he llegado, cuando miro hacia atrás y hago un inventario de las cosas que perdí y las que gané. Han sido años de intenso trabajo y cada día más me convenzo de que hasta en el diccionario la palabra “suerte” se encuentra después de la palabra “esfuerzo”. De manera que hay que esforzarse primero; que la “suerte”, con comillas, algún día llegará…
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