Pequeñas grandes mentiras

Esas falsedades que dices por quedar bien pueden minar tu conciencia sobre la honestidad
Por Camile Roldán Soto/ elnuevodia.com“No me molesta que hayas mentido. Me molesta que en adelante no puedo confiar en ti”.
Friedrich Nietzsche
Salir de un aprieto, quedar bien, huir de una responsabilidad, hacer sentir cómodo a alguien. Así por el estilo, innumerables pretextos provocan la mentira. De sutil a complicada, la pronunciamos con frecuencia porque hasta cierto punto mentir es una conducta aceptada o, acaso, promovida en nuestra sociedad.
Leonard Saxe, sicólogo, experto en poligrafía y autor de numerosos escritos sobre el tema, expone que en muchas instancias la norma social nos lleva a preferir la mentira a la verdad. Ocurre cuando, por ejemplo, llegas tarde a una reunión de trabajo y en lugar de admitir que el despertador no sonó dices que te agarró el tapón. Y es que, por lo general, la excusa del tapón será menos reprochada, mal vista y castigada que la real.
Fuera del ámbito laboral, los intercambios sociales más simples y cotidianos nos enfrentan constantemente al dilema sinceridad versus falsedad. Basta pensar en aquel regalo de Navidad que te dio tu suegra y seguramente recibiste con una emoción forzada.
Es un asunto tan común como irónico. Promovemos la verdad como un estándar, la predicamos a nuestros hijos y semejantes, pero constantemente validamos la pequeña mentira. Esa que popularmente apodamos “blanca”, “inocente” o “piadosa” es tan usual que, podría argumentarse, nadie pasa uno o al menos varios días sin soltar alguna. Estudios sobre el tema así lo demuestran.
Uno de los más comentados fue realizado en el 1996 por la sicóloga Bella DePaulo. Junto a un grupo de colegas pidió a un grupo de 147 personas entre las edades de 18 a 71 años llevar un diario de las mentiras que decían durante una semana. La mayoría admitió haber mentido al menos una a dos veces, por diferentes razones. Las principales fueron respecto a sus opiniones y sentimientos, acciones o planes, explicaciones acerca de sus comportamientos y datos sobre sus posesiones.
Es decir, la gente mintió para satisfacerse a sí misma o a alguien más.
La muestra reveló que las mentiras fueron dichas sin mucho pensamiento o planificación. Además, quienes las dijeron señalaron no haber pensado en las consecuencias, que las mismas fueran graves o la posibilidad de ser desmentidos. Varios participantes incluso afirmaron que la mentira cumplió el propósito de proteger a terceros o a ellos mismos.
Algunos ejemplos de este modo de pensar: decirle a alguien que luce bien para no herir sus sentimientos o inventar un supuesto compromiso para rechazar una invitación no deseada.

¿mal necesario?
“Queremos todo el tiempo decir cosas que van a complacer a los demás”, observa la consejera profesional Enid Villanueva, sobre esas falsedades que lanzamos casi sin pensar y de forma cotidiana.
De Paulo argumenta que este tipo de mentira que tiene como fin beneficiar a un tercero puede ser vista por algunos como positiva, en la medida que contribuye a evitar fricciones en los intercambios sociales. Recordemos el regalo de la suegra y cómo se sentiría si le dices que no te gustó.
Ahora bien, si el fin es evitar un daño vale la pena preguntarse ¿es posible lograr el mismo propósito diciendo la verdad? ¿cómo podemos inyectar un poco más de honestidad al diario vivir?.
Villanueva y el sicoterapeuta Miguel Rivera Cuadrado coinciden en afirmar que muchas veces sí hay alternativa. Al menos cuando se trata de esas declaraciones que no implican consecuencias graves.
“A veces no es lo que se dice si no cómo se dice”, apunta la consejera.
Esta conciencia implica que es posible ser sincera con tu amiga respecto a su nuevo corte de pelo sin destrozar su autoestima indicándole que se ve horrible. En su lugar, puedes halagar su valentía para cambiar de estilo, decir que el anterior recorte te gustaba más o darle alguna sugerencia respecto a cómo podría verse mejor. Un simple ‘no me gusta’ en un tono amable podría ser suficiente, aunque, hay que recordar, no necesariamente será bien recibido por la otra parte.
Después de todo, la honestidad a veces requiere decir cosas poco agradables o escuchar respuestas que no nos gustan.
El problema parece ser que desde pequeños nos condicionamos a lo contrario.
“Cuando chiquitos queríamos siempre impresionar bien al madre o padre, especialmente si eran castrantes. El niño aprende a mentir para agradar. Es el intento de buscar ser aceptado, crear un ambiente o condición en la cual verse como alguien querible”, sostiene.

Mentiras que duelen
Rivera plantea que al igual que ocurre con todas las conductas, el acto de mentir se expresa en diferentes gradaciones.
Existe una diferencia sustancial entre esa mentira que dices para quedar bien y la que planificas para mantener oculta una información que puede dañar alguien. El típico ejemplo es la infidelidad, pero tanto en las relaciones de pareja como las familiares, amistosas o laborales puede darse este tipo de engaño que amenace o destruya para siempre una unión.
La literatura y las películas abordan constantemente este tema por lo fundamental que resulta la honestidad en las relaciones humanas.
El dilema, sostiene Rivera, es que esas mentiras que identificamos como más aceptables tienen el potencial de degenerar en otras no aceptables o en patrones de mentiras que en casos extremos se convierten en un desorden antisocial de conducta.
Demás está decir que quienes mantengan un tipo de unión basada en la necesidad de emplear la mentira tienen, en opinión de los expertos, que buscar ayuda.

¿Quiénes mienten?
Los estudios realizados sobre la mentira apuntan a que mujeres y hombres mienten por igual pero Rivera observa que diferentes tipos de personas tienden a tener razones particulares para mentir.
“Las personas que tienen personalidad dependiente mienten sobre aquello que vaya a reducir el amor de su compañero. Las competitivas mienten sobre sus logros personales y los talentos que tienen, exageran”, menciona el sicólogo.
En cambio, la persona madura y segura de sí misma es más propensa a huir de la mentira. Rivera describe esta conciencia de honestidad no como una cara en blanco para decir absolutamente todo lo que se piensa y cómo se piensa.
“Estas personas no disparan de la baqueta. Tienen que ser razonables, prudentes. Entienden cuáles son las consecuencias a largo alcance antes de decir o hacer”, observa.
Este balance es el opuesto al que distingue a la personalidad mentirosa, que se desarrolla cuando se quiere ser muy calculador para evitar cualquier consecuencia negativa que sus expresiones puedan provocar.
“La persona que ha vencido su ego no miente, precisa el sicólogo. Y añade otra cualidad: “sabe que quien es, no depende de lo que otro piense si no de lo que él o ella piensa, sienta y haga”.

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