Por La Nación / GDA Una palabra del idioma inglés ha tomado vigencia en nuestra lengua. Se trata de bullying, que hace referencia a conductas de hostigamiento que se observan cada vez más tempranamente en el comportamiento infantil, particularmente en el ámbito escolar.
Esas conductas vienen siendo observadas desde hace años, en el período que media entre el final de la infancia y el comienzo de la adolescencia -entre los 11 y los 13 años, aproximadamente- aunque, en la actualidad, hay sobrados testimonios de que se manifiestan incluso antes.
La psicóloga y directora de la Organización Equipo Anti Bullying, Lucrecia Morgan, ha indicado que el hostigamiento requiere una cierta dinámica grupal, que se empieza a observar a partir del tercer grado escolar. Si eso ocurre, "si aparece una dinámica disfuncional con patrones de relación agresiva", se hace factible la aparición de situaciones de acoso.
Un concepto adicional expuesto por la especialista Pilar Cangueira se refiere a los años iniciales de la escuela, cuando los compañeros de estudios se influyen recíprocamente, tanto en el comportamiento social como en el aprendizaje. La experiencia de esos vínculos origina conductas. Si la relación entre compañeros fracasa, la respuesta suele ser el acoso, comportamiento que se vale muchas veces del empleo de la violencia.
El bullying es, pues, una conducta de hostigamiento físico o psíquico originada por un chico o un grupo contra otro que no encuentra cómo salir de una situación que siente adversa. Conviene señalar que no toda relación que se da entre chicos y que desemboca en formas de agresión, ya sea verbal o física, es bullying. Para serlo, debe tener persistencia en el tiempo, intención de dañar a quien la padece y apoyarse en un poder desigual. Cabe agregar que puede sumarse la influencia de un adulto y, en la actualidad, de las redes sociales.
El dinamismo de las motivaciones en los grupos infantiles responde principalmente a necesidades de compañía y de juego, deseos de hacerse conocer o encontrar respuesta afectiva.
Cabe preguntarse si en la edad del jardín de infantes se llegan a constituir realmente grupos porque entre los menores de cinco años no se crean las condiciones suficientes para llegar a formarlos. Así lo señalaba Jean Piaget, gran estudioso de la infancia, aunque es una realidad que han transcurrido años desde que se formuló esa afirmación y que las conductas de los chicos han ido modificándose.
En descripciones actuales se ha señalado que a los tres años los chicos necesitan del adulto para asociarse y jugar. Por eso, el grupo de preescolares es todavía embrionario. Solo a partir de los cuatro años este empieza a consolidarse y el liderazgo lo asumen los más dinámicos y extrovertidos. Quienes no se integran suelen estar ligados a una excesiva dependencia familiar o a la percepción de una hostilidad latente.
Arístides Álvarez, director de una escuela de Rosario y titular de la asociación civil, indicó "si nos reímos, nos reímos todos", afirma que "la escuela debe involucrarse para resolver los problemas que se producen entre los chicos".
Lo importante es la prevención de los conflictos, para lo cual directivos, docentes y también el personal de portería deben actuar antes de que se produzcan. Los chicos que sufren situaciones de bullying a menudo no lo dicen, aunque lo revelan con mal humor, bajo rendimiento y desgano, que muchas veces deriva en ausentismo. Cuando se perciben situaciones como esas el docente debe obrar sobre el grupo.
Otro aspecto del problema son los chicos que actúan como testigos indiferentes y que deben tomar conciencia de que esa actitud lleva a convertirlos en cómplices de quienes ejercen la violencia.
Es oportuno, por todo esto, reiterar el rol que les concierne a padres y docentes para corregir los hostigamientos infantiles, ayudar a superar los comportamientos agresivos y promover los buenos vínculos.
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