Hace un año, Fabrice Muamba, futbolista del BoltonWanderers, se derrumbó en la gramilla del estadio White Hart Lane donde él y su equipo enfrentaban al Tottenham en un partido del torneo de la copa FA de Inglaterra. Había sufrido un paro cardíaco.
En estas circunstancias, el corazón deja de latir y el pulmón se detiene, las células no reciben oxígeno y el cerebro deja de funcionar. Los paramédicos trataron de reanimarlo con técnicas que se aplican desde 1960: bombear oxígeno y masajear el pecho. Pero el esfuerzo no surtió el efecto esperado y una hora más tarde Muamba –sin latidos, ni respiración, ni función cerebral– era técnicamente un cadáver.
Cuatro semanas más tarde, contra todos los pronósticos, el jugador salió caminando del hospital. ¿Milagro? No. El deportista es uno de los tantos pacientes en el mundo que han sobrevivido a un paro cardíaco por más de 78 minutos gracias a nuevas técnicas de reanimación. Según Sam Parnia, autoridad mundial en el tema, la ciencia cada vez prolonga más esa fina línea entre la vida y la muerte, lo cual genera no solo interrogantes científicos, sino discusiones filosóficas que van desde cuándo termina la vida hasta qué pasa en esos instantes.
En el caso de Muamba, lo que muchos no supieron fue que el jugador contó con la suerte de recibir esos cuidados avanzados. Un cardiólogo que estaba entre los espectadores saltó de las tribunas a ayudar y fue llevado al hospital más sofisticado de Londres, donde recibió la mejor atención, incluidos tratamientos como la terapia de hipotermia.
En su reciente libro Erasing Death, Parnia explica que dicha terapia consiste en enfriar el cuerpo del paciente, lo cual ha sido un descubrimiento clave para revivir a alguien sin que se afecten sus capacidades cognitivas. “Nos dimos cuenta de que si bajábamos la temperatura corporal unos grados centígrados, deteníamos el ritmo al cual las células, especialmente las del cerebro, se someten a su propio proceso de muerte”, dice el experto. Esto sucede porque a baja temperatura esas células necesitan menos oxígeno y se logra mantener vivas con las compresiones en el pecho que dan los expertos en reanimación. Así, los médicos compran tiempo valioso.
Joe Tiralosi, un paciente de Parnia sufrió un ataque al corazón y llegó al hospital con un paro que duró 40 minutos. “Hace diez años tratar de salvarlo en este punto era riesgoso, pues la mayoría de los afectados regresaba con un daño cerebral severo debido a la falta de oxígeno”, señala.
Este tipo de avances ha hecho que, al menos para algunos expertos como Parnia, cambie el concepto de muerte. Antes la ciencia lo definía como el instante en que el corazón deja de latir, el paciente no respira y su actividad cerebral cesa. Con la nueva evidencia, más que un momento, morir sería un proceso que se inicia cuando el corazón se detiene, pero requiere –para completarse– la muerte de las demás células del organismo, lo cual no sucede instantáneamente.
Se calcula, por ejemplo, que las células óseas pueden vivir hasta cuatro días sin sangre ni oxígeno y que las de la piel viven hasta 24 horas. “Antes creíamos que solo había entre cuatro y cinco minutos para salvar las neuronas, pero ahora sabemos que tenemos hasta 8 horas antes de que mueran”.
En ese sentido, el autor sostiene que “la muerte es totalmente reversible”. Parnia aún no sabe cuántas horas más se puede extender esa zona gris de la cual alguien pueda regresar, pero el límite es que las células no sufran un daño irreversible.
Para interrumpir el deterioro celular se requiere una intervención pronta, como la recibió Muamba. El objetivo de la reanimación es mantener la actividad de los órganos y los procesos celulares de modo que no haya daño definitivo mientras se repara el problema que ocasionó el paro cardíaco. De lo contrario, es probable que el corazón vuelva a detenerse. A veces hay que destapar una arteria o, como en el caso del futbolista, instalar un marcapasos. Si se trata de un cáncer avanzado, que ha atacado ya órganos vitales, la resucitación no es posible, como tampoco lo es cuando el paciente ha sufrido un accidente en el que sus órganos han sido destruidos.
Para Parnia el problema no es detener la muerte, pues técnicamente esto es posible, sino que estos procedimientos se vuelvan rutinarios en los hospitales. A pesar de los avances, la tasa promedio de supervivencia en Gran Bretaña, donde trabaja el experto, es del 16 al 18 por ciento, unas cifras muy similares a las de 1960. “La calidad de la reanimación es altamente variable y mucha veces menos que adecuada”, dice. Y lo que se haga o deje de hacer en ese momento es crucial para que una persona salga caminando o quede en estado vegetativo.
En Colombia, donde se usa la reanimación básica, cada minuto que pasa sin que el corazón haya latido baja las posibilidades de que el paciente se reanime. “Luego de 20 minutos ya no se intenta porque ya hay muerte cerebral”, dice Édgar Celis, experto en cuidados intensivos de la Fundación Santa Fe.
En Asia han desarrollado máquinas conocidas como ECMO (extracorporeal membrane oxygenation), que hacen la compresión en el pecho al ritmo adecuado y oxigenan la sangre del paciente para devolverla a su sistema circulatorio. Según el experto, logran reparar el corazón el 90 por ciento de las veces, mientras que con las técnicas convencionales ese porcentaje apenas llega a 25. Como muchos de sus pacientes han cruzado esa zona gris durante horas, Parnia también se ha interesado en temas más espirituales como a dónde va la conciencia o qué pasa con el alma antes de caer en el abismo eterno.
Lo más sorprendente para él es que el 80 por ciento de las personas no recuerda nada el tiempo que estuvieron técnicamente muertos, pero el 20 por ciento vive experiencias similares que luego reporta con lujo de detalles. “Ven una luz y un ser muy amoroso que los recibe”. Un porcentaje mínimo experimenta la sensación de estar fuera de su cuerpo y observa desde arriba lo que sucede. Lo más sorprendente para Parnia son los testimonios de niños de 4 años cuyos relatos en estas circunstancias coinciden con las experiencias de los adultos.
Lo interesante es que esto sucede mientras los monitores muestran que no hay actividad cerebral. Algunos científicos creen que este tipo de vivencias se debe a un proceso químico y eléctrico de las neuronas. “Es el cerebro apagándose”, señala Celis. Pero Parnia cree que un cerebro sin actividad no puede tener estas sensaciones. “Tampoco son alucinaciones, pues se necesitaría que este órgano funcione”.
Aunque estas experiencias han sido rechazadas científicamente, Parnia considera que la ciencia debe empezar a estudiar estos eventos. Tarde o temprano, todos los seres vivos van a tener un paro cardíaco. La meta de Parnia es procurar que en ese momento, la gente cuente con todos los sistemas adecuados evitar el daño cerebral y así aumentar las posibilidades de que regrese de ese trance sin secuelas.
Como pasó con Muamba, quien se prepara para ser padre por segunda vez. Su carrera como futbolista se acabó, pero ha comenzado una nueva vida con una cruzada por delante: que se incluya en el plan de estudios de secundaria de Gran Bretaña la resucitación cardiopulmonar.
Fuente: http://www.semana.com/vida-moderna/articulo/como-puede-vivir-despues-morir/336965-3
En estas circunstancias, el corazón deja de latir y el pulmón se detiene, las células no reciben oxígeno y el cerebro deja de funcionar. Los paramédicos trataron de reanimarlo con técnicas que se aplican desde 1960: bombear oxígeno y masajear el pecho. Pero el esfuerzo no surtió el efecto esperado y una hora más tarde Muamba –sin latidos, ni respiración, ni función cerebral– era técnicamente un cadáver.
Cuatro semanas más tarde, contra todos los pronósticos, el jugador salió caminando del hospital. ¿Milagro? No. El deportista es uno de los tantos pacientes en el mundo que han sobrevivido a un paro cardíaco por más de 78 minutos gracias a nuevas técnicas de reanimación. Según Sam Parnia, autoridad mundial en el tema, la ciencia cada vez prolonga más esa fina línea entre la vida y la muerte, lo cual genera no solo interrogantes científicos, sino discusiones filosóficas que van desde cuándo termina la vida hasta qué pasa en esos instantes.
En el caso de Muamba, lo que muchos no supieron fue que el jugador contó con la suerte de recibir esos cuidados avanzados. Un cardiólogo que estaba entre los espectadores saltó de las tribunas a ayudar y fue llevado al hospital más sofisticado de Londres, donde recibió la mejor atención, incluidos tratamientos como la terapia de hipotermia.
En su reciente libro Erasing Death, Parnia explica que dicha terapia consiste en enfriar el cuerpo del paciente, lo cual ha sido un descubrimiento clave para revivir a alguien sin que se afecten sus capacidades cognitivas. “Nos dimos cuenta de que si bajábamos la temperatura corporal unos grados centígrados, deteníamos el ritmo al cual las células, especialmente las del cerebro, se someten a su propio proceso de muerte”, dice el experto. Esto sucede porque a baja temperatura esas células necesitan menos oxígeno y se logra mantener vivas con las compresiones en el pecho que dan los expertos en reanimación. Así, los médicos compran tiempo valioso.
Joe Tiralosi, un paciente de Parnia sufrió un ataque al corazón y llegó al hospital con un paro que duró 40 minutos. “Hace diez años tratar de salvarlo en este punto era riesgoso, pues la mayoría de los afectados regresaba con un daño cerebral severo debido a la falta de oxígeno”, señala.
Este tipo de avances ha hecho que, al menos para algunos expertos como Parnia, cambie el concepto de muerte. Antes la ciencia lo definía como el instante en que el corazón deja de latir, el paciente no respira y su actividad cerebral cesa. Con la nueva evidencia, más que un momento, morir sería un proceso que se inicia cuando el corazón se detiene, pero requiere –para completarse– la muerte de las demás células del organismo, lo cual no sucede instantáneamente.
Se calcula, por ejemplo, que las células óseas pueden vivir hasta cuatro días sin sangre ni oxígeno y que las de la piel viven hasta 24 horas. “Antes creíamos que solo había entre cuatro y cinco minutos para salvar las neuronas, pero ahora sabemos que tenemos hasta 8 horas antes de que mueran”.
En ese sentido, el autor sostiene que “la muerte es totalmente reversible”. Parnia aún no sabe cuántas horas más se puede extender esa zona gris de la cual alguien pueda regresar, pero el límite es que las células no sufran un daño irreversible.
Para interrumpir el deterioro celular se requiere una intervención pronta, como la recibió Muamba. El objetivo de la reanimación es mantener la actividad de los órganos y los procesos celulares de modo que no haya daño definitivo mientras se repara el problema que ocasionó el paro cardíaco. De lo contrario, es probable que el corazón vuelva a detenerse. A veces hay que destapar una arteria o, como en el caso del futbolista, instalar un marcapasos. Si se trata de un cáncer avanzado, que ha atacado ya órganos vitales, la resucitación no es posible, como tampoco lo es cuando el paciente ha sufrido un accidente en el que sus órganos han sido destruidos.
Para Parnia el problema no es detener la muerte, pues técnicamente esto es posible, sino que estos procedimientos se vuelvan rutinarios en los hospitales. A pesar de los avances, la tasa promedio de supervivencia en Gran Bretaña, donde trabaja el experto, es del 16 al 18 por ciento, unas cifras muy similares a las de 1960. “La calidad de la reanimación es altamente variable y mucha veces menos que adecuada”, dice. Y lo que se haga o deje de hacer en ese momento es crucial para que una persona salga caminando o quede en estado vegetativo.
En Colombia, donde se usa la reanimación básica, cada minuto que pasa sin que el corazón haya latido baja las posibilidades de que el paciente se reanime. “Luego de 20 minutos ya no se intenta porque ya hay muerte cerebral”, dice Édgar Celis, experto en cuidados intensivos de la Fundación Santa Fe.
En Asia han desarrollado máquinas conocidas como ECMO (extracorporeal membrane oxygenation), que hacen la compresión en el pecho al ritmo adecuado y oxigenan la sangre del paciente para devolverla a su sistema circulatorio. Según el experto, logran reparar el corazón el 90 por ciento de las veces, mientras que con las técnicas convencionales ese porcentaje apenas llega a 25. Como muchos de sus pacientes han cruzado esa zona gris durante horas, Parnia también se ha interesado en temas más espirituales como a dónde va la conciencia o qué pasa con el alma antes de caer en el abismo eterno.
Lo más sorprendente para él es que el 80 por ciento de las personas no recuerda nada el tiempo que estuvieron técnicamente muertos, pero el 20 por ciento vive experiencias similares que luego reporta con lujo de detalles. “Ven una luz y un ser muy amoroso que los recibe”. Un porcentaje mínimo experimenta la sensación de estar fuera de su cuerpo y observa desde arriba lo que sucede. Lo más sorprendente para Parnia son los testimonios de niños de 4 años cuyos relatos en estas circunstancias coinciden con las experiencias de los adultos.
Lo interesante es que esto sucede mientras los monitores muestran que no hay actividad cerebral. Algunos científicos creen que este tipo de vivencias se debe a un proceso químico y eléctrico de las neuronas. “Es el cerebro apagándose”, señala Celis. Pero Parnia cree que un cerebro sin actividad no puede tener estas sensaciones. “Tampoco son alucinaciones, pues se necesitaría que este órgano funcione”.
Aunque estas experiencias han sido rechazadas científicamente, Parnia considera que la ciencia debe empezar a estudiar estos eventos. Tarde o temprano, todos los seres vivos van a tener un paro cardíaco. La meta de Parnia es procurar que en ese momento, la gente cuente con todos los sistemas adecuados evitar el daño cerebral y así aumentar las posibilidades de que regrese de ese trance sin secuelas.
Como pasó con Muamba, quien se prepara para ser padre por segunda vez. Su carrera como futbolista se acabó, pero ha comenzado una nueva vida con una cruzada por delante: que se incluya en el plan de estudios de secundaria de Gran Bretaña la resucitación cardiopulmonar.
Fuente: http://www.semana.com/vida-moderna/articulo/como-puede-vivir-despues-morir/336965-3
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