El boxeador argentino Sergio “Maravilla” Martínez está entre los tres mejores del mundo. En otros tiempos pidió comida en la puerta de una iglesia.
Sergio “Maravilla” Martínez, actual campeón mediano de la Organización Mundial de Boxeo y del Consejo Mundial, que hoy en día reparte sus días entre Miami, Madrid y Buenos Aires, nació en el hospital de Avellaneda pero se crió entre Quilmes y Claypole.
De familia de clase baja, de padre trabajador y de madre ama de casa, estudió hasta los 13 años y a partir de allí debió empezar a trabajar.
Techista, soldador, de todo un poco para ayudar a la economía familiar.
En declaraciones a Alejandro Fantino en Animales Sueltos sostuvo que aunque “a veces faltó comida” y que su primera “cena fue a los 14 años”, el chico-hombre que no cree en las casualidades ni en la suerte y que asegura que “todo es producto de la causalidad y de sueño”, quiso ser el mejor y con ese objetivo creció.
Combatió, aún trabajando junto a su padre, en el mejor lugar del mundo pero perdió, le robaron parte de su premio pero él no bajó los brazos.
Siguió trabajando porque sino “moría de hambre” y continuó ayudando a su familia, su sostén, su razón de la vida.
En la Argentina del 2002, y con una agenda de contactos en España viajó hacia Europa junto a su novia vía Roma “porque era mucho más barato y sólo tenía u$s 1.800 en el bolsillo.
Luego de cinco días después de haber salido desde Buenos Aires, llegó a Madrid por tren y allí se dio cuenta que los habían robado.
Por esos “milagros” encontró en un bolsillo de su pantalón el número de una persona que su entrenador de la Argentina le había dado hacia ya algún tiempo.
Lo llamó y desde ese momento comenzó a trabajar con quien es hoy su actual entrenador: Pablo Salvador.
Nada le fue fácil pero su cabeza “estaba programada para triunfar”.
Trabajó dando clases en gimnasios, dio clases particulares y hasta bailó en una discoteca de donde fue portero.
“Pero como fuí indocumentado, estuve preso, pasé hambre y los domingos pedía comida en la puerta de una iglesia con los mendigos, eso fue duro, sí, no fue bonito”.
Y aunque asegura que “con todo esto tomaba carrera para triunfar”, le llegó la oportunidad de pelear en Manchester, Inglaterra por algo de plata grande. Hacia allí partió con su bolso lleno de ilusiones.
Compró un protector bucal por tres euros que le rompió la boca, “caí en el segundo round del combate pero me levanté, vi a mi padre en la platea, sintí mucha vergüenza por eso por lo que me levanté y desde ese momento la pelea cambió y la gané en el último round. Ganar allí fue lo más increible, ese día estaba solo contra todos”.
Ahora el gran boxeador asegura que su vida “no es la del campeón. Eso es un momento y es bueno para divertirse un rato” pero destaca que su vida “es en mi casa con mis cosas. Yo no hago locuras con la plata. Me costó mucho, mucho ganar mis primeros u$s1000 aunque ahora tenga millones y todo lo valoro. Mi vida es haberle comprado una casa a mi vieja y a mis hermanos por todo lo que ellos hicieron por mí, ellos son mis verdaderos campeonatos mundiales”.
Confiesa que “después de la peleas, lejos del ruido de las cenas enormes, en mi habitación en la ducha lloro. Lloro por cuarenta minutos como desahogo. Después como algo dulce, miro una película y me duermo hecho un ovillo”.
A la espera de su pelea con Chávez Jr en septiembre próximo, “Maravilla” afirmó: “Estoy a años luz de Manny Pacquiao, a quien peleo donde quiera y en el peso que quiera y seguro que lo mando a la cuarta fila, lo cuelgo del palo mayor, pero sí detrás de Floyd Mayweather”.
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