Cometer conductas pecaminosas puede tener su explicación en las sustancias que produce nuestro organismo. Al debate sobre el origen de las conductas pecaminosas entre la religión y la filosofía se ha sumado un nuevo contendiente: la neurociencia.
Estos investigadores que la estudian toman como base disciplinas que desentrañan sorprendentes relaciones entre nuestra conducta y el cerebro. Así, se apoyan en indagaciones en el campo de la neurología –que estudia el funcionamiento del sistema nervioso–, y de la neuroquímica –que analiza las sustancias en el sistema nervioso–.El principio de la culpa
Roberto Adolfo Betanzo, profesor del departamento de Ciencias Religiosas de la Universidad Anáhuac México Sur, explica que “el pecado es una trasgresión a la ley divina”.
Y agrega que, “existen pecados graves y pecados veniales; los primeros son aquellos que tienen graves consecuencias, como la muerte de otra persona. Los otros son pecados más leves, aunque también contravienen el convenio de convivencia entre los hombres y Dios”.
Betanzo señala que “casi todas las religiones en el mundo comprenden algún tipo de trasgresión a la divinidad y a los hombres”.
Sin embargo, existe una característica común a todos los pecados: “son fruto de decisiones conscientes acerca del acto realizado y sus consecuencias”. Betanzo agrega que, “salvo casos extremos de perturbación mental, ocurren con el conocimiento del pecador”.
Químicos de la conducta
Actualmente, existe un centenar de sustancias químicas que tienen alguna función dentro del cerebro, aunque es posible que haya otras 50 aún no identificadas.
Las numerosas sustancias que obran en el cerebro mantienen un equilibrio entre dos funciones, “los sistemas de excitación y los de inhibición”, señala la doctora Anabel Jiménez, investigadora de neurociencias en la Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa (UAM-I).
Algunas, como la adrenalina, hacen que el cerebro se prepare para responder a una agresión inminente, o la sustancia llamada ácido gamma-aminobutírico (GABA), que permite que el individuo se mantenga despierto.
“En los últimos 20 años, hemos encontrado que una parte importante de estas sustancias opera en la regulación de conductas sofisticadas, por lo que estamos a las puertas de conocer las relaciones entre nuestros actos y la química del cerebro”, compartió la investigadora.
El secreto del amor
Una de las sustancias que corren por el cerebro es la hormona oxitocina. Fue descubierta a principios del siglo pasado y sintetizada en 1953. Es secretada por una glándula llamada hipotálamo, que se encuentra ubicada en la parte baja del cerebro.
El investigador Miguel Condés, miembro del Instituto de Neurobiología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), señaló que inicialmente se creía que se encontraba solo en las mujeres. Luego de que también fue encontrada en los hombres se determinó que la oxitocina que circula en la sangre es distinta a la que se encuentra en el cerebro.
“Se determinó que influye en el sistema límbico, estructura encargada de modular conductas como la empatía y la antipatía; el agrado o el desagrado por aquello que percibimos mediante los sentidos”, dijo.
Paul Zak, investigador en el Center for Neuroeconomics Studies de la Claremont University fue de los pioneros en estudiar la relación entre la oxitocina y la conducta.
“Desde joven, me interesó conocer los mecanismos detrás de la maldad y la bondad del humano”, dijo en entrevista con la revista Quo.
Este investigador narra que comenzó a buscar científicamente por qué la gente es buena o mala. La primera sustancia en la que fijó su atención fue la oxitocina, debido a su papel en el amamantamiento.
Las investigaciones de Zak revelaron que el ciclo de producción y sensibilidad a la oxitocina puede cambiar después del nacimiento, algo que rompe con la idea de que el cerebro, una vez que llegamos al mundo, ya no cambia su estructura ni la operación de las neuronas.
“Hemos encontrado, en investigaciones de laboratorio, que este ciclo puede alterarse si un bebé no recibe suficiente afecto, disminuyendo su producción de oxitocina, lo cual desencadena, posteriormente, cambios en su conducta”, reconoce. El análisis de la presencia de la oxitocina en la sangre de algunos voluntarios encontró que quienes tenían menos oxitocina en su organismo, eran más egoístas.
¿Seremos mejores?
La doctora Jiménez piensa que, así como hemos logrado medicamentos para prevenir ataques psicóticos y eliminar la camisa de fuerza de los hospitales psiquiátricos, “es posible que en algún momento del futuro podamos crear tratamientos más efectivos contra enfermedades como la depresión”.
O tal vez se encuentre una terapia para reducir el orgullo de las personas, “el más mortal de los pecados, ya que nos pone por encima de los otros”, imagina Zak.
Por el momento, la ciencia está en las etapas iniciales de exploración. Miguel Condés cree que no será fácil, ya que “una conducta no solo se puede explicar por medio de una sustancia; categorizar causas y efectos de la conducta será una tarea compleja”.
¿Y la religión? Betanzo asegura que “no es posible explicar la conducta y los pecados solo por un juego de sustancias químicas; la conciencia de los seres humanos se ha desarrollado en largo tiempo”.
Sin embargo, quizá en unos años, los pecados terminarán por definirse en términos de las moléculas que nos faltan. Así que, tal vez, como penitencia, en lugar de oraciones, recibiremos unas buenas dosis de pastillas para dejar atrás nuestros malos pasos. Fuente: CNN
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