Qué hacer cuando tus hijos comienzan a reclamar más intimidad
Por Camile R. Soto / elnuevodia.com
Hace cuatro años su hija de 11 le pidió permiso para abrir una cuenta en Facebook. Entonces Marta respondió que sí, siempre y cuando ella también tuviera la contraseña. La adolescente dudó, pero al final aceptó. Ahora que la chica es quinceañera su madre le anunció que no entrará más en su página. Lo que no le comentó es que pronto le enviará un ‘friend request’.
“Más vale que me acepte”, dice medio en serio, medio en broma la mujer.
En casa de Edna y Roberto el mismo asunto se maneja diferente. También tienen un hijo de 15 años pero, en su caso, ambos tienen acceso a la cuenta de Facebook del menor. En el hogar no se permite encerrarse en el cuarto a hablar por teléfono y el uso de la única computadora está restringido a un área común.
Trazar la frontera entre el derecho a la privacidad y la supervisión, ese es el dilema para Marta, Edna, Roberto y tantos otros padres y madres. Es un reto que los padres siempre han asumido, pero que parece complicarse cada vez más con la exposición de los chicos a tanta información, al acceso a las redes sociales y otras tantas formas de comunicación.
“Es retante como madre y como persona. Tienes que mantenerte al día con todo, todo el tiempo, porque ellos van a aprender muchas cosas y no necesariamente te lo van a decir. Mi mamá tenía que estar pendiente de que no estuviéramos pegadas al teléfono pero ahora son los textos, el teléfono, la computadora y todos los sitios a los que ellos entran”, comenta Verónica, madre de dos niñas de 12 y 15 años.
En su caso, el momento que determinó para dejar a sus hijas tener una cuenta en Facebook fue los 12 años o séptimo grado. Antes de hacerlo, se empapó del sistema, aprendió cómo funcionan las medidas de seguridad y, por supuesto, abrió su propia cuenta. Luego, se sentó con ambas niñas para acompañarlas paso por paso en el proceso de abrir su página y ella misma estableció los parámetros de privacidad que las menores tienen instrucciones de no modificar. La madre tiene la contraseña de ambas cuentas y periódicamente las revisa. Está pendiente de los estatus, la lista de amistades y demás información que publican.
Como a otros padres entrevistados, Verónica estableció estos controles porque entiende que a través de ellos puede minimizar que sus hijas reciban información o peticiones no deseadas y que podrían ser riesgosas para su seguridad.
La madre sostiene que sus hijas aceptaron sin gran protesta las reglas para utilizar la red social porque saben que “esas son las condiciones”.
Hasta dónde llegar
Gracias a su experiencia como sicóloga clínica dedicada a trabajar con niños y adolescentes, Bertis Delgado tiene un panorama claro de las situaciones que enfrentan los padres al soltar la cuerda de la privacidad.
“Tengo niños de 10 y 11 años que se molestan porque sus papás le revisan su Facebook y sus teléfonos celulares. Reclaman con indignación y te lo dicen así mismo: que es una invasión a su privacidad. Pero les explico que todavía son menores de edad y hay muchas situaciones de las cuales sus padres tienen el deber de protegerlos”, señala.
Entre esas situaciones menciona que más de una vez ha conocido a jóvenes que se involucran virtualmente con personas e incluso se enamoran solo para descubrir más adelante que se trataba de impostores.
La sicóloga clínica Grisell Rodríguez observa que a menudo cuando los muchachos se van acercando a la adolescencia los padres piensan erróneamente que llegó el momento de disminuir la supervisión porque ya son grandes.
Sin embargo, opina que en esta etapa es crucial mantenerse pendientes e involucrados en sus vidas. La razón fundamental para esto es que, por regla general, en ninguna otra edad los chicos tienden a estar más dispuestos a asumir conductas de riesgo.
“Es un momento en el que los padres no pueden darse el lujo de mirar para el lado. El asunto de la privacidad hay que ver hasta que punto se ofrece. Es un derecho en unas áreas pero en otras no debería existir”, comenta Rodríguez sobre el tema.
Marisela, quien tiene un chico que cursa el cuarto año de escuela superior, es una de las madres que mantiene un límite respecto al espacio privado que le permite a su hijo. El joven tiene un teléfono celular del cual ella y el padre tienen la clave. Ellos pueden revisarlo, al igual que la cuenta de Facebook. En ocasiones, Marisela incluso revisa su cuarto, sus libretas de la escuela y su cartera.
“Él tiene su cuarto pero vive en mi casa y yo tengo derecho a entrar. La privacidad como tal, en todo su esplendor, no puede darse, aunque haya unas áreas de intimidad”, comenta la madre.
Para Laura, de 15 años, el asunto de contar con espacio para su privacidad ha sido también un proceso de negociación. “No tengo nada que esconder pero sí me molestaría que se metieran en mi cuarto y estuvieran revisándome todo. Es su casa, pero a la misma vez, es mi espacio personal”, comenta
Sus padres, sostiene, respetan su intimidad. Eso sí, son exigentes en cuanto a ciertas normas que le han hecho ganarse y mantener su confianza. Por ejemplo, tiene que entregar su celular en las noches, los días de escuela y sus padres tienen la contraseña de su cuenta en Facebook.
“Intervienen más con su uso, no tanto con la privacidad. Hay bastante respeto pero obviamente hay reglas”, comenta la joven.
Indica que entre sus amistades la mayoría tiene a sus padres de amigos en Facebook y algunos si les molesta la insistencia de ellos en verificar cada detalle de sus actividades en la red social y agradece que ese no sea su caso.
También le agrada que su madre haya sido quien le enseñó a utilizar la página, pues se ha dado cuenta de que aunque es divertida se presta para el mal uso.
“Mi mamá me explicó que todo se ve y gracias a eso la mayoría de mis amigas y yo estamos claras en lo que no se debe hacer”, puntualiza.
Límites desde temprano
Según el consenso entre las entrevistadas, los padres que desde temprano establecen claramente los límites en otras áreas de la disciplina enfrentan menos dilemas al abordar el tema de la privacidad.
“Ya como a los 9 o 10 años tu puedes empezar a sentir que pierdes control de tu hijo si no has venido trabajando organizadamente el control y la confianza. No se puede esperar a los 12 años porque en ese momento será muy difícil”, comenta la consejera profesional de familia y parejas Monsita Nazario. Así es que ¿por dónde comenzar?
Coinciden las entrevistadas que desde la niñez temprana los padres comienzan a sentar las bases del respeto hacia el espacio privado. Y ocurre de parte de los padres a los hijos y también de los hijos a los padres. Delgado piensa que una manera simple es explicarle a los niños que su cuarto, con supervisión, es su espacio. De la misma manera, los hijos deben aprender a concebir la habitación de sus padres, especialmente durante la noche, como un lugar privado.
“Es una situación que trabajo constantemente en la oficina y me sorprende que muchos padres no establecen unos límites. Tengo demasiados hijos durmiendo con sus padres”, dice la doctora, quien opina que cuando esto ocurre a los hijos se les dificulta entender los límites en otras áreas.
Exceso de libertad
Nazario además plantea que hay niños con exceso de privacidad pero no por haberla solicitado sino porque, debido a diferentes situaciones, sus padres se han sentido obligados a otorgársela. Tal es el caso de jovencitos que tienen llave de su casa, acceso irrestricto a la computadora, el teléfono y el uso de las redes sociales. El problema, plantea la consejera, es que cuando los padres comienzan a tener problemas por el mal uso de estas libertades pueden toparse con el hecho de que se les hizo tarde.
Las entrevistadas coinciden en que muchas veces surgen situaciones que lamentar porque los chicos no están consientes de las consecuencias del uso de la tecnología, como ocurre con la publicación de fotos e información en las redes sociales.
Señalan que además de establecer los parámetros de uso de estas herramientas los padres también conversen con sus hijos respecto a los riesgos de exponerse en la Internet y a ser críticos respecto a cómo conciben la privacidad.
A sus hijas, Verónica también las orientó respecto a la importancia de cuidar de su imagen ante la realidad del mundo en que vivimos donde en cuestión de minutos cualquiera puede traspasar su intimidad publicando una foto o un vídeo que, igualmente, en muy poco tiempo puede ser visto por cientos de personas.
Para lograr que los hijos escuchen el mensaje es crucial que la comunicación haya comenzado desde mucho antes.
“Un padre que mantiene comunicación con sus hijos, que lo lleva y lo busca, que conoce a sus amigos, no debe tener muchos problemas. El problema está cuando se empiezan a otorgar muchas libertades desde muy temprano y luego desconectarse. Cuando vemos a los muchachos inmersos en sus cosas y aprovecho para hacer las mías puede pasar que todo lo que empecé a hacer para fomentar una independencia y privacidad saludable se fue a un extremo”, enfatiza Nazario.
Delgado, por su parte, comenta que también es preciso saber guiar a los hijos de acuerdo a su etapa y saber cuándo parar. Recomienda ir poco a poco ofreciéndole libertades a los chicos y educarlos respecto a las consecuencias de no cumplir con ciertas condiciones.
“Uno educa a los hijos y llega el momento en que hay que confiar en que germinó la semilla”, concluye la sicóloga.
“Más vale que me acepte”, dice medio en serio, medio en broma la mujer.
En casa de Edna y Roberto el mismo asunto se maneja diferente. También tienen un hijo de 15 años pero, en su caso, ambos tienen acceso a la cuenta de Facebook del menor. En el hogar no se permite encerrarse en el cuarto a hablar por teléfono y el uso de la única computadora está restringido a un área común.
Trazar la frontera entre el derecho a la privacidad y la supervisión, ese es el dilema para Marta, Edna, Roberto y tantos otros padres y madres. Es un reto que los padres siempre han asumido, pero que parece complicarse cada vez más con la exposición de los chicos a tanta información, al acceso a las redes sociales y otras tantas formas de comunicación.
“Es retante como madre y como persona. Tienes que mantenerte al día con todo, todo el tiempo, porque ellos van a aprender muchas cosas y no necesariamente te lo van a decir. Mi mamá tenía que estar pendiente de que no estuviéramos pegadas al teléfono pero ahora son los textos, el teléfono, la computadora y todos los sitios a los que ellos entran”, comenta Verónica, madre de dos niñas de 12 y 15 años.
En su caso, el momento que determinó para dejar a sus hijas tener una cuenta en Facebook fue los 12 años o séptimo grado. Antes de hacerlo, se empapó del sistema, aprendió cómo funcionan las medidas de seguridad y, por supuesto, abrió su propia cuenta. Luego, se sentó con ambas niñas para acompañarlas paso por paso en el proceso de abrir su página y ella misma estableció los parámetros de privacidad que las menores tienen instrucciones de no modificar. La madre tiene la contraseña de ambas cuentas y periódicamente las revisa. Está pendiente de los estatus, la lista de amistades y demás información que publican.
Como a otros padres entrevistados, Verónica estableció estos controles porque entiende que a través de ellos puede minimizar que sus hijas reciban información o peticiones no deseadas y que podrían ser riesgosas para su seguridad.
La madre sostiene que sus hijas aceptaron sin gran protesta las reglas para utilizar la red social porque saben que “esas son las condiciones”.
Hasta dónde llegar
Gracias a su experiencia como sicóloga clínica dedicada a trabajar con niños y adolescentes, Bertis Delgado tiene un panorama claro de las situaciones que enfrentan los padres al soltar la cuerda de la privacidad.
“Tengo niños de 10 y 11 años que se molestan porque sus papás le revisan su Facebook y sus teléfonos celulares. Reclaman con indignación y te lo dicen así mismo: que es una invasión a su privacidad. Pero les explico que todavía son menores de edad y hay muchas situaciones de las cuales sus padres tienen el deber de protegerlos”, señala.
Entre esas situaciones menciona que más de una vez ha conocido a jóvenes que se involucran virtualmente con personas e incluso se enamoran solo para descubrir más adelante que se trataba de impostores.
La sicóloga clínica Grisell Rodríguez observa que a menudo cuando los muchachos se van acercando a la adolescencia los padres piensan erróneamente que llegó el momento de disminuir la supervisión porque ya son grandes.
Sin embargo, opina que en esta etapa es crucial mantenerse pendientes e involucrados en sus vidas. La razón fundamental para esto es que, por regla general, en ninguna otra edad los chicos tienden a estar más dispuestos a asumir conductas de riesgo.
“Es un momento en el que los padres no pueden darse el lujo de mirar para el lado. El asunto de la privacidad hay que ver hasta que punto se ofrece. Es un derecho en unas áreas pero en otras no debería existir”, comenta Rodríguez sobre el tema.
Marisela, quien tiene un chico que cursa el cuarto año de escuela superior, es una de las madres que mantiene un límite respecto al espacio privado que le permite a su hijo. El joven tiene un teléfono celular del cual ella y el padre tienen la clave. Ellos pueden revisarlo, al igual que la cuenta de Facebook. En ocasiones, Marisela incluso revisa su cuarto, sus libretas de la escuela y su cartera.
“Él tiene su cuarto pero vive en mi casa y yo tengo derecho a entrar. La privacidad como tal, en todo su esplendor, no puede darse, aunque haya unas áreas de intimidad”, comenta la madre.
Para Laura, de 15 años, el asunto de contar con espacio para su privacidad ha sido también un proceso de negociación. “No tengo nada que esconder pero sí me molestaría que se metieran en mi cuarto y estuvieran revisándome todo. Es su casa, pero a la misma vez, es mi espacio personal”, comenta
Sus padres, sostiene, respetan su intimidad. Eso sí, son exigentes en cuanto a ciertas normas que le han hecho ganarse y mantener su confianza. Por ejemplo, tiene que entregar su celular en las noches, los días de escuela y sus padres tienen la contraseña de su cuenta en Facebook.
“Intervienen más con su uso, no tanto con la privacidad. Hay bastante respeto pero obviamente hay reglas”, comenta la joven.
Indica que entre sus amistades la mayoría tiene a sus padres de amigos en Facebook y algunos si les molesta la insistencia de ellos en verificar cada detalle de sus actividades en la red social y agradece que ese no sea su caso.
También le agrada que su madre haya sido quien le enseñó a utilizar la página, pues se ha dado cuenta de que aunque es divertida se presta para el mal uso.
“Mi mamá me explicó que todo se ve y gracias a eso la mayoría de mis amigas y yo estamos claras en lo que no se debe hacer”, puntualiza.
Límites desde temprano
Según el consenso entre las entrevistadas, los padres que desde temprano establecen claramente los límites en otras áreas de la disciplina enfrentan menos dilemas al abordar el tema de la privacidad.
“Ya como a los 9 o 10 años tu puedes empezar a sentir que pierdes control de tu hijo si no has venido trabajando organizadamente el control y la confianza. No se puede esperar a los 12 años porque en ese momento será muy difícil”, comenta la consejera profesional de familia y parejas Monsita Nazario. Así es que ¿por dónde comenzar?
Coinciden las entrevistadas que desde la niñez temprana los padres comienzan a sentar las bases del respeto hacia el espacio privado. Y ocurre de parte de los padres a los hijos y también de los hijos a los padres. Delgado piensa que una manera simple es explicarle a los niños que su cuarto, con supervisión, es su espacio. De la misma manera, los hijos deben aprender a concebir la habitación de sus padres, especialmente durante la noche, como un lugar privado.
“Es una situación que trabajo constantemente en la oficina y me sorprende que muchos padres no establecen unos límites. Tengo demasiados hijos durmiendo con sus padres”, dice la doctora, quien opina que cuando esto ocurre a los hijos se les dificulta entender los límites en otras áreas.
Exceso de libertad
Nazario además plantea que hay niños con exceso de privacidad pero no por haberla solicitado sino porque, debido a diferentes situaciones, sus padres se han sentido obligados a otorgársela. Tal es el caso de jovencitos que tienen llave de su casa, acceso irrestricto a la computadora, el teléfono y el uso de las redes sociales. El problema, plantea la consejera, es que cuando los padres comienzan a tener problemas por el mal uso de estas libertades pueden toparse con el hecho de que se les hizo tarde.
Las entrevistadas coinciden en que muchas veces surgen situaciones que lamentar porque los chicos no están consientes de las consecuencias del uso de la tecnología, como ocurre con la publicación de fotos e información en las redes sociales.
Señalan que además de establecer los parámetros de uso de estas herramientas los padres también conversen con sus hijos respecto a los riesgos de exponerse en la Internet y a ser críticos respecto a cómo conciben la privacidad.
A sus hijas, Verónica también las orientó respecto a la importancia de cuidar de su imagen ante la realidad del mundo en que vivimos donde en cuestión de minutos cualquiera puede traspasar su intimidad publicando una foto o un vídeo que, igualmente, en muy poco tiempo puede ser visto por cientos de personas.
Para lograr que los hijos escuchen el mensaje es crucial que la comunicación haya comenzado desde mucho antes.
“Un padre que mantiene comunicación con sus hijos, que lo lleva y lo busca, que conoce a sus amigos, no debe tener muchos problemas. El problema está cuando se empiezan a otorgar muchas libertades desde muy temprano y luego desconectarse. Cuando vemos a los muchachos inmersos en sus cosas y aprovecho para hacer las mías puede pasar que todo lo que empecé a hacer para fomentar una independencia y privacidad saludable se fue a un extremo”, enfatiza Nazario.
Delgado, por su parte, comenta que también es preciso saber guiar a los hijos de acuerdo a su etapa y saber cuándo parar. Recomienda ir poco a poco ofreciéndole libertades a los chicos y educarlos respecto a las consecuencias de no cumplir con ciertas condiciones.
“Uno educa a los hijos y llega el momento en que hay que confiar en que germinó la semilla”, concluye la sicóloga.
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