Mariano Rajoy, el gran vencedor: Ahora, a rescatar España

El presidente del Partido Popular y candidato a la presidencia del gobierno, Mariano Rajoy, votó en Madrid. / EFEPor: María Antonia García / Madrid
El desplome del Partido Socialista Español (PSOE) es peor de lo que pronosticaron las encuestas: la derrota es histórica.
El presidente del Partido Popular y candidato a la presidencia del gobierno, Mariano Rajoy, votó en Madrid. / EFENo hubo entusiasmo este domingo 20 de noviembre durante la lluviosa jornada electoral en España, que instauró a Mariano Rajoy como nuevo presidente de gobierno. Con un porcentaje del 44,15%, más de 16 puntos por encima del PSOE, el PP se hizo a 187 diputados. El partido de Alfredo Pérez Rubalcaba obtuvo votación suficiente para 109 diputados.

Los ánimos aplacados —de lado y lado— responden al escepticismo generalizado: al parecer no hay forma de atajar un desplome económico, ni siquiera con este relevo en La Moncloa. Sí hubo celebración, pero con la sobriedad de un país herido y señalado por toda Europa por medidas desacertadas ante una crisis que azotó al mundo entero. Hubo cambio de tratamiento, pero la dolencia es grave y está diseminada por los cuatro puntos cardinales de la tierra de los toros.

Los votantes —un 3% menos que en 2008— acudieron a las urnas con la misión de elegir a un presidente de gobierno y un congreso, cuyas políticas frenen el incremento del desempleo, que hoy llega a un 21,5%. De allí que la mesura haya caracterizado a Rajoy, al remarcar que no hará milagros y al establecer un período mínimo de dos años para conseguir un tímido descenso del índice del paro.

Rubalcaba aceptó estoicamente la derrota: “Al PSOE no le ha ido bien en las elecciones, hemos perdido, pero 7 millones de españoles nos han apoyado, pasaremos a la oposición de acuerdo con nuestros valores y con el compromiso con el interés general de España. Que la lucha por salir del desempleo no signifique una pérdida de los derechos”, dijo en medio de aplausos y vítores.

Rajoy, por su parte, recibe un país acostumbrado a altos estándares de vida —hace sólo cinco años un obrero podía recibir 3 mil euros al mes, hoy, alrededor de 900—, que hoy navega a la deriva. Recibe de Zapatero una nación con un pie por fuera del euro y con marchas reiteradas y multitudinarias de indignados. Con sed de cambio.

De esa organización espontánea, bautizada 15M, pudo provenir el declive del número de votantes comparado con 2008. Su campaña ha sido clara, si bien ha sido más un desahogo que un discurso estructurado, “PSOE y PP: la misma cosa es”. Con su lema “No les votes” pudo contribuir a que numerosos españoles se hubieran quedado en casa, sumado esto a las lluvias que empaparon la península desde el amanecer de la jornada electoral.

Los que votaron, eso sí, le otorgaron una victoria holgada a Mariano Rajoy, para quien la deuda española y el imperativo de construir un gobierno económico europeo, consolidar el euro y la redefinición de los impuestos serán los temas más urgentes. El crecimiento económico para este año se estima que alcanzará un modesto 0,8%, mientras permanece el fantasma del rescate. No son pocos los malabares que desde hoy debe planear Rajoy, quien consiguió la presidencia en su tercer intento.

Los que entran a la oposición después de ocho años en el poder temen una derechización de España y la pérdida de logros como el derecho al aborto y el matrimonio gay. También hay miedo por los recortes que haría el Partido Popular para alcanzar los estándares de deuda exigidos por la Unión Europea. Se busca cambiar las políticas del Partido Socialista, el cual sale por la puerta de servicio tras ser en su gobierno que se desató una crisis desbocada. Rajoy recibe una piedra menos en el zapato: el abandono de la violencia por parte de Eta, punto que se suma en el tablero de los socialistas.

Una preocupación menos para la mayoría de diputados —miembros del partido de gobierno—, quienes conquistaron un 44,15% de los escaños. La torta es hoy bastante mayor para el PP, mientras que el PSOE ha perdido representación en el Congreso, suplido por partidos históricamente secundarios como CiU, IU-LV y Amaiur.

Los medios del mundo entero hicieron un minucioso seguimiento de esta jornada electoral, tercer cambio de presidente en un país de la UE en el último mes, después de la salida de Silvio Berlusconi en Italia y de Giorgos Papandreu en Grecia. En este caso el relevo se dio en las urnas, con un Rajoy que reivindicó hasta el final la importancia de los políticos —por encima de los tecnócratas—. Su llegada estaba cantada, y lo estuvo desde que la opinión pública (El Mundo y El País), sumado al fenómeno de la Acampada Sol y el descalabro económico, coincidieron en que la social democracia había fracasado.

La presión es grande para Rajoy y su actitud mesurada y realista parece anticiparse a un panorama que no mejorará de la noche a la mañana. Para España son estas las undécimas elecciones de la democracia y las primeras que se celebran sin la amenaza del terrorismo de Eta. España sufre hoy desahucios, desempleo, recortes en la educación pública y fragmentación cultural. No se conformarán con paños de agua tibia.

A las 10:40 de la noche Rajoy se dirigió a los españoles como el nuevo presidente de gobierno. Dijo que “no habrá otro enemigo para mí que el déficit, la deuda y el estancamiento económico. La legítima satisfacción por la victoria no nos impide pensar en la inmensa tarea que tenemos que abordar. No habrá sectarismos, rencillas pequeñas, que nos distraigan del esfuerzo común. Convocaré a las comunidades autónomas para enfrentar coordinadamente las exigencias de esta difícil situación”.


  • María Antonia García / Madrid | Elespectador.com

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