Secuestran en Colombia equipo completo de fútbol
CUCUTA, Colombia.- Tan pronto como el árbitro hizo sonar el silbato para marcar el inicio del segundo tiempo del partido de fútbol, varios hombres armados que salieron de los arbustos gritando "Al piso, gonorreas’’ tomaron la cancha de tierra en una planicie del municipio de Fernández Feo, estado Táchira, Venezuela.
Vestidos con jeans, boinas rojas y algunos con imágenes del Che Guevara en los brazaletes, según testigos, los asaltantes se llevaron maniatados a 12 jugadores a plena luz del día ante la mirada impotente de amigos y familiares que seguían el encuentro esa tarde del domingo 11 de octubre.
Uno de los asaltantes, que vio llorar a una mujer, se le acercó y le secó bruscamente las lágrima advirtiéndole que los secuestrados, algunos de ellos vendedores ambulantes de maní, serían sometidos a una investigación.
"El que no la debe no la teme’’, escucharon los asistentes al partido repetir varias veces a los hombres armados, algunos de los cuales hablaban con acento colombiano y otros venezolano.
Dos semanas después, 11 jugadores del mismo equipo, el Rancho Grande, entre ellos nueve colombianos, un venezolano y un peruano, aparecieron muertos en varios parajes rurales de los municipios Fernández Feo y Uribante, cada uno con dos disparos de gracia en la cabeza. El joven restante logró salvarse haciéndose el muerto.
Múltiples hipótesis han surgido desde entonces sobre la masacre, que marcó el comienzo de la peor crisis diplomática de los últimos años en las ya deterioradas relaciones entre Colombia y Venezuela. Pero a medida que se conocen detalles y se hacen señalamientos, observadores de derechos humanos y autoridades de esta región fronteriza se inclinan a pensar que los vendedores ambulantes habrían sido víctimas, posiblemente inocentes, de una guerra silenciosa pero sanguinaria entre grupos armados ilegales de autodefensa de Colombia y Venezuela.
"La guerra convencional que muchos están esperando no va a ocurrir, pero la que ya existe y que está dejando miles de muertos, nadie quiere verla’’, declaró a El Nuevo Herald Wilfredo Cañizares, director de la ONG Progresar, con sede en esta ciudad.
Cañizares cuenta los muertos en miles porque, explicó, esta nueva confrontación es sólo un capítulo más de una historia de muerte y destrucción que la guerrilla, el paramilitarismo y el narcotráfico han escrito con sangre en la zona fronteriza en los últimos 10 años.
Según un estudio de su organización, que es consultada por Naciones Unidas en temas de derechos humanos, entre 1999 y el 2004 hubo 12,000 muertos del lado colombiano. En Venezuela, en el período 2004-2006, la propagación del mismo conflicto segó la vida de 5,779 personas en los estados Táchira, Zulia, Barinas y Apure, reveló el estudio.
Las expresiones de este nuevo giro de la violencia en la zona son gráficamente devastadoras, comentó a El Nuevo Herald monseñor Jaime Prieto, obispo de Cúcuta, quien vive a orillas del río Táchira, hito fronterizo entre ambos países.
"Casi que no hay día en que no encuentre un cadáver NN [sin indentificar] flotando en el río'', dijo el sacerdote. "Pero, ¿dónde lo mataron? ¿En Venezuela? Uno o dos muertos diarios ahí no más en ese sitio donde yo vivo. ¿Quién me dice si los mataron en Venezuela o los mataron aquí? Nadie sabe''.
"Esto se llama un baño de sangre'', concluyó.
El Nuevo Herald visitó esta caldeada zona, que es sólo una pequeña parte de la larga frontera de 2,219 kilómetros donde se concentran y se ensañan contra la población civil casi todas las formas de la violencia y el crimen organizado que aquejan a Colombia.
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